1.Eudaimonía
En su ética, Aristóteles sostiene que el bien máximo al que podemos aspirar las personas es el desarrollo pleno de todas nuestras capacidades. Una vida bien vivida, según Aristóteles, es aquella en la que podemos florecer como personas, convirtiéndonos en la máxima expresión posible de todo lo que podemos llegar a ser. Para describir esta vida en plenitud los griegos utilizaban el término “eudaimonía”, que a veces se traduce como “felicidad”. Sin embargo, para evitar confusiones, conviene aclarar el sentido preciso que tiene la palabra eudaimonía en la filosofía aristotélica.
Para Aristóteles la eudaimonía no consiste en un estado pasajero ni transitorio, sino que hace referencia a una forma de vida. En nuestra vida ordinaria solemos identificar la felicidad con un estado de ánimo temporal, como cuando sentimos una gran alegría y afirmamos que eso nos ha hecho felices. Cuando Aristóteles habla de la eudaimonía no está pensando en estos momentos pasajeros, sino que tiene en consideración la totalidad de la vida de una persona. Según Aristóteles, hay formas de vivir buenas y adecuadas, en las que la persona ha logrado alcanzar la plenitud. Esas vidas logradas son las que se caracterizan por haber hecho realidad la eudaimonía.
2.Eudemonismo.
Aristóteles era muy consciente de que los seres humanos se esfuerzan por conseguir otras metas distintas de la eudaimonía. Por ejemplo, hay quienes persiguen la riqueza, la fama o el poder. Pero ninguna de estas aspiraciones es una finalidad en sí misma. Nadie desea ser rico únicamente para acumular oro. La riqueza es un medio que puede proporcionarnos ventajas y oportunidades. Y lo mismo sucede con la fama o el poder, ya que no los deseamos por sí mismos, sino únicamente como instrumentos al servicio de un objetivo superior. Según él, lo que las personas verdaderamente queremos es la eudaimonía. Si la logramos, habremos alcanzado el máximo bien al que podemos aspirar.
Una vida plena en la que se hace realidad la eudaimonía no es un medio, sino una meta en sí misma, que constituye el objetivo más importante que las personas podemos desear.
La ética de Aristóteles es una ética eudemonista, ya que insiste en la importancia de orientar nuestra vida para lograr el desarrollo en plenitud de todas nuestras capacidades.
Decir que los seres humanos perseguimos una vida plena y lograda es hacer una afirmación demasiado general. Muchas personas están de acuerdo con este principio, pero no todas coinciden cuando se trata de explicar con precisión en qué consiste exactamente esa forma de vivir.
Para aclarar cuál es el contenido de la eudaimonía, Aristóteles parte de lo que nos define como seres humanos. Según Aristóteles, las personas somos distintas del resto de los animales porque tenemos razón y palabra. El ser humano es un animal con logos. Como la capacidad de pensar es nuestra facultad más noble y valiosa, Aristóteles considera que la actividad más elevada consistirá, precisamente, en ejercitarla.
3. La virtud
Sabemos que para Aristóteles, la vida más noble y feliz es la del filósofo que se dedica a ejercitar la razón. Sin embargo, Aristóteles era muy consciente de que este tipo de vida no estaba al alcance de todo el mundo.
De hecho, incluso los filósofos tienen necesidad de relacionarse con los demás y de ocuparse de asuntos prácticos. Por eso hace falta encontrar alguna guía que nos ayude a alcanzar la eudaimonía en la vida práctica. ¿Cómo podemos vivir una vida lograda en nuestra relación con los demás?
Para alcanzar la eudaimonía en la vida práctica, Aristóteles creía que debemos ejercitarnos en desarrollar la virtud. La palabra griega para virtud es areté, que significa “excelencia”. Aristóteles pensaba que las personas que alcanzan la eudaimonía son las que se comportan de manera excelente, porque saben actuar correctamente en cada situación.
La virtud, según Aristóteles, surge de la costumbre. Nos volvemos virtuosos cuando nos acostumbramos a comportarnos de manera adecuada. Las personas podemos modificar nuestro carácter con nuestras elecciones, porque la conducta que elegimos va transformándonos. Con el tiempo, estas elecciones se convierten en tendencias o inclinaciones que forman parte de nuestra forma de ser. Así pues. Los seres humanos podemos alcanzar una vida plena y lograda si nos acostumbramos a elegir bien cómo actuar en la vida.
¿Cuándo esta elección es correcta y adecuada? Aristóteles pensaba que, en la práctica, debemos huir de los excesos, procurando siempre elegir el término medio entre dos extremos. Sin embargo, no siempre resulta fácil saber dónde está el punto medio. Aristóteles creía que esta posición intermedia depende de las circunstancias. Así que cada cual debe aprender a elegir cuál es el punto medio que se corresponde con su situación personal.
Para encontrar este punto medio debemos emplear la razón. Al igual que existen virtudes asociadas a nuestra relación con los demás, también hay virtudes relacionadas con el uso de la inteligencia. Según Aristóteles, la más importante de las virtudes intelectuales consiste en usar nuestra razón para elegir sabiamente cómo debemos comportarnos. Aristóteles llamaba prudencia a esta virtud fundamental que nos ayuda a determinar cuál es la conducta correcta en cada circunstancia, dependiendo de nuestra situación personal.
La ética de Aristóteles es una ética de la virtud, ya que insiste en la importancia de acostumbrarnos a actuar de forma adecuada. De ese modo conseguiremos transformar nuestro carácter y convertirnos en personas excelentes capaces de hacer vivir una vida plena y lograda.
(C. Prestel Alfonso. Filosofía. Bachillerato. Editorial Vicens Vives. Barcelona. 2022)